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Mostrando entradas de septiembre, 2012

De artes y extremos: La Maldita y su revolución

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             Fuera de Neuquén no la conoce nadie, pero publicaron una foto suya en la Rolling Stones. Como militante del Porno Post Punk, posa con cara de feliz y consoladores XL entre sus piernas. Cuando está aburrida, escribe en su perfil de Facebook que se “fuma un fasito en streaming” y pone a 27 curiosos detrás de la pantalla a mirar como muele, arma, prende, aspira, tira el humo, relaja y vuelve a aspirar. Todo en un proceso sin música. Es la mujer de los extremos en sentido amplio de imaginación. La manifestación de lo border en su cuerpo y propia imagen, en su arte y exposición virtual. Ella es Maldita Zorra, un personaje que nació en el 2008 cuando el boom de Facebook se adueñó de incontables cantidades de caras en la apertura de cada nuevo perfil. Aquella identidad surgió como una chica despechada y enojada con el género masculino. Violenta y predeciblemente impredecible, parecida a la gran Violencia Rivas de Peter Capusotto en sus arrebatos de agresión

Fucking Father Day

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Se despertó en la cama de su hombre. El sonido ensordecedor del timbre del teléfono la sacudió del sueño y la almohada ensalivada. Maldito timbre, siempre suena cuando no lo llama. Era la voz de su vieja, ambigua como siempre, pero esa vez con una gárgara de lija previa que la desayunó con el regalo más puto para un Día del Padre (y no en el sentido trivial de la palabra): Al viejo le habían robado el auto. Así amaneció su domingo más cerca del mediodía que de la mañana. El almuerzo que lo homenajeaba  resultó confuso. Los aires flotaban raros y no había sahumerio que los disimulara. Sus intenciones de una alegría de vino al mediodía quedaron frustradas desde el primer sorbo. Llegó el postre y en la mesa caretearon sonrisas, pero cuando invitó a sus padres a compartir un cigarro de flores en alguna post cena, de nuevo pensaron que se estaba volviendo drogadicta y él la acusó, una vez más, de ser promotora del humo. Para ella de los buenos, claro. Como siempre después